LA PUTADA DE MORIRSE
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Hace unos días perdí a una de mis mejores amigas.
Apenas un mes antes de fallecer me contó sin tapujos el alcance de su situación tras hacer frente al dictamen:
-¿Cuánto tiempo me queda doctor?
-Unos tres meses, quizá un poco más
Mientras me hablaba, una extraña sensación vital a modo de hormigueo recorría los laterales de mi cuerpo inyectando emociones a la capa más sensible de mi piel.
Era una mujer excelente y llena de vitalidad, madre, emprendedora y funcionaria de un estado impotente ante la incurable llaga de cáncer, que viene a convertirse en el mal de moda de este siglo de buenas luces y malas sombras.
Cinco de cinco en dos años, cuatro féminas y un varón, menores de cincuenta todos, es el triste balance en el patrimonio de seres queridos que he perdido en dos años víctimas del cáncer.
Todo empieza parecido pero termina igual, con un enfermo asolado por el miedo, y que ha de lanzarse a un vacío inescrutable e infinito, lleno de sin sabores y de palabras entrecortadas para la familia y amigos.
¿Se imaginan una película en la que los finales fueran iguales y en el que todos se alcanzaran a través del sufrimiento?
Pues sí, esto señores y señoras es la putada de morirse, y yo la he visto bien de cerca cuando de joven presencié la de mi padre.
Hace años que pienso que un país no es lo suficientemente maduro como para no mantener un diálogo abierto sobre la muerte, y en el nuestro, no hay debate, ni derecho a una muerte digna.
Y digo yo:
Después de que un doctor/a te cuente que ha visto algo en una radiografía, que se demuestre que es positivo y que un oncólogo te transmita ánimos ensayados. Después de que, como me comentaba mi amiga, comiences a escuchar eufemismos como denominar “la enfermedad” al cáncer o el “desarrollo” al crecimiento del tumor. Después del primer ciclo de quimioterapia y del segundo. Después del ya me quedan solo dos ciclos. Después de ver como tu familia y amigos se tragan las lágrimas con patatas para no influirte. Después del último ciclo de la primera serie. Después de tener que escuchar que necesitas otro ciclo pero que te dejan unos días de asueto. Después de enfrentarte a que el tratamiento no es eficiente para el “desarrollo” de la “enfermedad”. Después de que las aves del adiós sobrevuelen tu azotea. Después del maltrago puñetero del “te quedan tres meses”. Después de hacer una lista con todo aquello que necesitan tus seres queridos para cuando no estés.
Después de tanto después, como si no hubieras tenido bastante, empiezas a morirte ya más en serio y aquí, el descenso es libre, como una prueba de esquí alpino, en el que te vas encontrando miles de trabas, legales, hasta que te tumbas.
Y digo yo:
¿En que principios se asienta un estado de derecho que no permite a sus ciudadanos elegir un método eficaz de decir adiós, que impida la agonía del enfermo y de paso la de sus seres queridos?
En aquel pasillo previo al adiós se escuchó:
-Vamos a proceder a sedarla-
¿Cuánto tiempo puede durar doctor?
-Pueden ser horas o días-. Contestó con gesto adusto y protocolario.
Pasamos a la habitación para continuar con la despedida y mientras dejaba que mis neuronas trataran de encajar todo lo que estaba viviendo, mis manos comenzaron a escribir este pequeño poema de dolor sobre lo que veían mis ojos:
El sonido jadeante
La luz tenue
El silencio incómodo del adiós
El oxígeno en la boca
20 mgs CCM
20 mgs MDAZDAM
Decir adiós sin ganas
Irse es toda una odisea
Hay mucha innovación en el hola y ninguna en el adiós
Una mano se agarra a otra mano que fue.
La máquina marca 35ml
Son las 22:26 de una noche de mayo
La habitación 308 de un hospital de paso
Clínica de otra ciudad del adiós.
No tengo miedo Roberto, morirse forma parte de la vida. Me dijo con total confianza y seguridad unos días antes, nunca olvidaré sus palabras ni su forma de vivir a puñados.
Querido lector que llegas a este artículo tan cruel sobre el cáncer, lamento que mis palabras muestren la hiel de la vida, pero la hay, y hoy he querido contarla para poder cambiarla.
Mi amiga tenía un último deseo, celebrar una fiesta con amigos e irse, al estilo del protagonista de la película “Las invasiones bárbaras”. El tren llegó demasiado pronto y no pudo decir que no. Irse ya se fue. La fiesta la haremos sin ella.
Se produce una curiosa paradoja:
Teniendo la certeza de que todos vamos a morir, ¿Por qué a ningún legislador le interesa ampliar el concepto de permanencia vital para que sea el propio interesado o personas de su confianza quienes autoricen la compra de un billete de una sola dirección, sin trayectos y sin peldaños?
Mientras veía el gotero susurrar la melodía del desaire y descontaba minutos al adiós, pensaba que algún día, espero no muy lejano, pudieras escoger tu propia ausencia.
Estoy de acuerdo con la regulación legal y la prolongación de la vida hasta un límite, que hoy en día considero difuso, quedando por tanto un lugar para la innovación en campos de la política, del derecho y de la medicina.
No hay nada más humano que decidir cómo quieres morirte.
No hay nada más legal que regular pro-calidad de vida del enfermo, incluyendo sus últimos momentos en esta tierra.
Un país que no tiene un debate sobre la eutanasia es un país adolescente y lleno de prejuicios de carácter moral y religiosos, que han de ser respetados, al igual que pide respeto quien tiene diferentes convicciones éticas.
En el adiós hay mucha vida, y aunque duela, aquí seguimos caminando en este alocado tren de idas y venidas, de sonrisas y lágrimas, de ayer y mañana.
Yo lucharé por el derecho a decidir cómo quiero morir, aún me queda mucha guerra por dar.
Entramos en días festivos de los juanes y los pedros, mientras los políticos se parten la cara en rines improvisados sin hablar de nuestro inalienable derecho al adiós.
Insisto en que hay algo curioso en esto de vivir, es como si tuvieras un cesto lleno de fruta y nunca supieras cuando se iba a acabar.
Cuando llegue el día de la parca, quiero ser manzana que escoge su propio mordisco, para caer ceniza en lugar más bello de León.
Collado Jermoso. Picos de Europa.
Innovar es poder elegir.
Yo elijo y exijo una muerte digna.
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