NARUA | SWEET EME
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SWEET EME

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Acceso al artículo en Diario de León

“La falta, el vacío, la carencia. La ausencia no llega a ser propiamente la privación de un todo brutal sino una angustia cruelmente fina que cubre la realidad y ralentiza el tono saludable del espacio.”  Vicente Verdú (2011).

En su ensayo “Eros y Tánatos”, Norman Oliver Brown -excelente profesor de Humanidades con un especial talento para reflexionar sobre la naturaleza humana y su destino- nos abre los ojos ahondando en toda ideología, mostrando cómo en la experiencia de cada ser humano, la muerte es el gran adversario. “Hay un momento oportuno para mostrarse y otro para ocultarse; hay un momento oportuno para hablar y también los hay para quedarse callado ¿Qué momento es este?”

Hoy quiero innovar sobre los temas que tratamos en esta tribuna y escribir sobre la muerte, la ausencia, la falta de existencia. Es este momento el adecuado. Hoy.

Desde que el hombre tuvo un cerebro racional ha comprendido que la expiración es inevitable. Todos, en algún momento, hemos reflexionado sobre el tránsito hacia la nada o a otra posible senda del ser personal. La muerte está ligada a la vida como una amenaza constante, nos angustia en ocasiones por mostrar nuestra fragilidad, abriendo la puerta a la pérdida de la existencia. La historia de la Filosofía nos muestra cómo desde los clásicos a los actuales, no hay ningún ideólogo que no haya tratado el tema desde diferentes puntos de vista. Sabater, por ejemplo, relata la primera vez que comprendió lo inevitable, cuando tenía 10 años, a las once de la noche se levantó sobresaltado y se dio cuenta de que iba a morir. Todos van a fallecer, pero las muertes de los demás no serían nada comparadas con la suya. La reflexión que hace acerca de este hecho es que, el darte cuenta que vas a morir, es una propia parte de la muerte. Los griegos establecían una clasificación para considerar algo o alguien mortal, las plantas y animales no lo son porque no saben que van a morir. Por lo tanto, no es mortal quien muere sino quien está seguro de que va a morir. Los auténticos vivientes somos los humanos porque sabemos que dejaremos de vivir y en eso consiste la vida. Spinoza consideraba que un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida. Personalmente, si tengo que quedarme con alguna reflexión, mantengo la de Platón: “Filosofar es prepararse para morir, pero prepararse para ello no es otra cosa que pensar en la vida mortal en que vivimos. El saber que vas a morir es lo que hace que tu vida sea única e irrepetible. Todas las tareas y empeños que hacemos o ponemos en nuestra vida lo utilizamos para resistir ante la muerte. Es la conciencia de la muerte la que convierte la vida en un asunto muy serio para cada uno”.

Que la muerte concreta la vida es irrefutable. Es una constante amenaza a la que intentamos dar la espalda. Nos condiciona la forma en la que vivimos y nos hace iguales a los demás. No importa el poder, el dinero, la inteligencia, género o lugar donde residamos. A todos nos llega y nos plantea la fragilidad de cada uno de nosotros.

Asomada a la primavera esta fecha, 22 de marzo, acecha silenciosa. Recordando el impacto de tu injusta marcha. Setecientos treinta y un días desde entonces. Todo se queda en pausa, resonando en nuestros corazones. Te echa de menos hasta una simple mota de polvo, la librería, Madrid, tus discos. Aquellas revistas, los comics. Estas y esas conversaciones, las risas. Una terraza, la bicicleta. Aquellos conciertos, la pequeña ciudad de provincias, una esquina. Una llamada desde la cabina, aquellos abrazos enormes.Todo queda suspendido. Roto.

En cuanto recorro recuerdos acabo oliendo a incienso, a agua de Ibiza. Afectada llego a un pensamiento inacabable que son los caminos del barrio de San Claudio, del Casablanca de Eras o de cualquier lugar donde tu presencia era rotunda y parece que todo se queda en calma, como si no tuviéramos quehaceres, como si la realidad no fuera verdad.

Y cierro con las palabras de un amigo común, uno que tú me presentaste. No hace falta nombrarlo, tú sabes quién es. Los dos te añoramos, profundamente.

Dos años sin Manuel Tejada y también dos años en los que sus amigos, más que nunca, nos hemos vuelto Tejadianos, como bien dejó escrito el periodista Pacho Rodríguez. Es tanta la ausencia que sentimos, tan doloroso este hueco indefinible, que pareciera que no nos ha quedado otra que intentar cuidarnos los unos a los otros. Tanto es el cariño de los Tejadianos que, al reconocernos por las calles, instintivamente nos abrazamos, dejando siempre unos centímetros entre cuerpo y cuerpo. Ese espacio sabemos que nunca se rellenará del todo, pues siempre será el espacio de Manu. Porque perder a Manuel es una grieta invisible para esta ciudad, un asiento vacío en todos los conciertos y en todas las manifestaciones culturales, un abrazo partido entre sus amigos que aún esperan cruzarse con él, que aún le esperan”.

 

 

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