GIRO A LA IZQUIERDA
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- Laurentino es un artesano de esos que tiene “el culo pelado” de manejar un telar jacquar, lo maneja desde que era niño. Ya sabemos que León llamamos telar a todo aquello que nos estorba, por eso, acaso por eso, hemos acabado con la industria textil.
Hablando con Laurentino se te pasan las horas fugaces, hila una historia con otra, mientras rebusca en el bolso de su camisa un paquete de rubio, que enciende con la llama de la ilusión perdida, de un sector otrora clave en el desarrollo industrial de nuestro país, región, provincia y por supuesto comarca Maragata.
Revienta si ha de mencionar, como dice alguien que admiro, la Junta de Astilla y León (no busquen, se cayó la C entre tanto mamoneo)
Se indigna cuando recuerda la cantidad de episodios en los que ha llevado su producción de lana elaborada en forma de mantas, bolsas, abrigos, calcetines a mercados artesanos, donde otras comunidades apoyan a los escasos artesanos que quedan de verdad, y Laurentino ha de rascarse el fardel para pagar costas y traslados. Dice que nunca ha recibido un p… euro de Pucela. Ya no hay futuro en la lana, ni en el textil, añade. Solamente quedan 6 telares históricos en España, 2 en la comunidad de Castilla y León, que son los que sobreviven en el Val de San Lorenzo.
Cuenta Laurentino con pelos y señales, que un maragato de apellido Cordero, viendo que la industria del paño tocaba su fin (finales del XIX), mandó a su hijo pequeño de incógnito a trabajar de aprendiz en una fábrica de mantas palentinas. Allí al cabo de unos años aprendió bien los trucos de la manta con los que regresó al Val. Se cometió uno de los primeros espionajes industriales de la provincia y se pudo seguir creando producto elaborado hasta el momento actual. “El textil palentino pereció hace más de cuarenta años, nosotros a duras penas seguimos” cuenta Laurentino con el orgullo fino, de quien atesora miles de horas de producción y venta de lana elaborada.
Viajar del presente, al pasado sin futuro. Un encuentro improvisado entre varios cigarros y dos cafés bien hechos en el Val de San Lorenzo. Si van por allí, pregunten por Laurentino de Cabo, es un honor dialogar con él.
- Genaro González continúa la estirpe de los curtidores de Santa María del Páramo, fundada por su tatarabuelo. Huele a odre, a pellejo y cuero, a piel, a herencia, a sueños vivos en las entreplantas de su casa paramesa.
Yo que fui niño hace algún tiempo, cuando visité hace unos días a Genaro, y vi el origen de su materia prima, tuve el recuerdo infante de quien vio morir el tiempo, cuando las terneras y corderos encontraban su adiós en mataderos de carnicerías, como la que regentaba mi tío Quico en La Virgen del Camino. Allí los pellejeros hallaban materia prima para curtidores y los niños como yo, veían que el origen de los zapatos que llevabas puesto y el filete con patatas que cenabas a la noche, nacían de una misma herida, la de la vida cuando se iba.
No se asusten, que la vida se va para generar vida, es principio de la naturaleza más sabia.
Genaro González tiene un auténtico museo vivo de la curtidoría, donde entre dinteles aparecen cuentas escritas a lápiz por sus abuelos calculadas en arrobas, medida de peso, con el símbolo @ representado, cien años antes de twitter y del e-mail.
Las sales curan las pieles recientes sobre suelos de cemento, los taninos acompañan el curtido dentro de toneles centenarios, y para que la piel encuentre su forma perfecta, sube a secarse a la primera planta asida a la techumbre, en otro tiempo de panes y guerra y hoy testigo callado de un oficio noble y sano, que pudo taparnos de los dolidos fríos y servir de gobierno para los animales de la casa.
Hoy sigue siendo su principal mercado, el noble uso de la monta equina, quizá no exista más amable pieza que el cuero curtido para la rienda caballar.
Detengan su coche en Santa María del Páramo y paren a conocer a Genaro. Escuchen su historia, su sabiduría y humildad. Es todo un honor dialogar con él
- Pepe, comenzó a templar hierros cuando los arrieros aún tiraban de carros de mulas y la irrupción del ferrocarril se veía como una seria amenaza para el desarrollo económico de La Somoza.
Pepe pasa de los noventa años de artesano de fragua y hierro. Sus manos, sus herramientas y el meticuloso orden de las cosas hacen que su taller sea mucho más que piezas vivas de un museo etnográfico, son arte, arte contemporáneo. (Observen la fotografía que acompaña este texto tomada en su fragua).
A Pepe se le ve tras la ventana azul maragato de su taller en Valdespino. Mientras el tornillo de banco aprisiona una navaja en ciernes, sus manos, campo arado, desbastan con precisión las virutas que la madre naturaleza ordenó equivocadamente, para servir de mango de navaja de hoja, como dice Pepe y dijo mi padre siempre, de “gadaña”.
Tiembla de emoción su mirada, mientras con voz amiga nos dice que pasemos y que tomemos las fotos que queramos, lástima que hoy no tenga la fragua encendida, esgrime con cariño, mientras siguen de nuevo sus manos, con el ran-ran-ran de la lima.
Hablamos del vecindario, de otros tiempos, de su padre arriero, de que en el 18 se cumplirán 70 años seguidos trabajando todos los días en la misma fragua. No hagan las cuentas, que yo les ahorro el trámite, 25.550 días haciendo navajas, cuchillos, machetes, herraduras de caballo o vaca, carrancas de mastín, sueños de hierro negro.
Pepe no tiene prisa. Si van a conocerlo, asómense a la ventana, tengan paciencia y pasen a la fragua, ver su rostro encendido de amor humano es todo un orgullo y lección de humildad profesional. Es un honor dialogar con él.
Tres nombres, Luciano, Genaro y Pepe. Tres artesanos. Tres nobles oficios que viven con recursos procedentes de la madre naturaleza, sostenibles y generadores de riqueza. Todos ellos son herederos de oficios familiares que no tienen a quien entregar el testigo.
El mercado lleva unos cuantos años orientado a oriente, a la derecha de España según se mira para no perder el norte, de allí nos llegan, como los reyes magos del comienzo de año, millones de objetos que compramos a diario para alimentar nuestro insaciable apetito de cosas inútiles, irresponsables y aparentemente baratas.
La ironía me lleva a pensar que quizá nunca necesitemos una manta para la siesta, un bolso de cuero o un cuchillo para el entrecot, o que todos ellos hayan de tener diseño sueco y subproducción asiática.
Giro a la izquierda pretende ser una llamada a la reflexión y a la acción para que tengamos en cuenta en nuestras compras, aquellos productos que han nacido de manos sabias y cerca de nosotros. Hay tantos, que por indispensables para la vida humana, podríamos incluso ayudar a que no se desecará el capital humano de nuestra tierra leonesa.
Quizá estemos a tiempo de detener la herida fatal, quizá mortal a nuestra herencia.
PD1: A los artesanos de esta historia les pregunté si alguna vez alguien les había pedido que fuesen maestros del oficio para continuar con su negocio. “No nunca” me dijeron. ¿A nadie sin oficio le interesa?
PD2: No crean que innovar es sinónimo de comprar lo último, sino de comprar lo útil.
Útil es comprar con consciencia de territorio, de proximidad, de compromiso.
No hay nada más útil que ver como tu tierra no se desangra.
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